Esenciales: trabajadoras domésticas en pandemia
Si nadie hiciese el trabajo que garantiza la vida, todo el sistema económico mundial colapsaría. Y, sin embargo, el 75 % de esas labores lo hacen las mujeres y niñas sin recibir ninguna remuneración a cambio. Y un 16 %, a cambio de salarios indignos: las trabajadoras domésticas son el colectivo laboral más pobre del mundo.
En España, según datos del Ministerio de Trabajo, el colectivo de empleadas del hogar está compuesto por unas 600,000 trabajadoras, el 70 % de ellas son mujeres extranjeras. Una de cada tres cuidan de las personas más vulnerables —niños, niñas y personas ancianas—, cocinan, limpian y hacen posible la vida de un hogar en la economía sumergida: no tienen un contrato ni han sido dadas de alta en la Seguridad Social.
En los últimos años, colectivos como el Sindicato Sindihogar Sindillar, Territorio Doméstico o Grupo Turín, integrados mayoritariamente por mujeres migrantes, han exigido al Gobierno de España que ratifique el Convenio de las Trabajadoras domésticas de la Organización Internacional del Trabajo y acabe con un régimen especial que les priva de importantes derechos laborales. En 2020, durante la pandemia de COVID-19 reclamaron ayudas para todas las que se habían quedado sin empleo, tuviesen contrato o no. Siguen esperando una respuesta.
Un informe del sindicato UGT indica que los sueldos de las personas que trabajan en el sector doméstico son aproximadamente un 60 % menores al salario medio bruto en España. Mientras, muchas de esas trabajadoras domésticas tuvieron que dejar a sus hijos e hijas en sus países, a cargo de sus padres, de sus abuelos y, especialmente, de sus abuelas. Países como Nicaragua y Honduras dependen económicamente de las remesas que envían su población que se ha visto forzada a migrar a países como Estados Unidos o España, pese a que sus gobiernos no reconocen su contribución ni su sacrificio.
En el caso de las mujeres hondureñas, el 81 % de las que estaban dadas de alta en la Seguridad Social española, en 2017, trabajaban en el ámbito doméstico. En el caso de Nicaragua, de las 57,000 personas que habían empadronadas en España, en 2020, más de 40,000 son mujeres. La mayoría de ellas trabajan también en labores domésticas.
En este especial compuesto por tres reportajes elaborados en España, Honduras y Nicaragua conocemos las historias de muchas de ellas y de sus familias, ahondamos en la evolución que ha vivido este colectivo en España, en cómo impacta en sus hijos e hijas una separación que puede durar años, así como en la percepción que tienen en los países de origen del valor de su trabajo.
La llamada transnacionalización de los cuidados, la expulsión de las mujeres de los países empobrecidos para desarrollar trabajos de cuidados en los enriquecidos, no va a cesar mientras no se reduzca la desigualdad entre el Norte y el Sur global. Una desigualdad que la pandemia de COVID-19 y sus consecuencias socioeconómicas ha vuelto a disparar.
Lea las historias de las mujeres que se van de Centroamérica a hacer este trabajo a España y las de quienes se quedan esperando mejorar sus vidas:
Expulsadas de sus países, esclavizadas en España
Ninguna de las mujeres que hablan en este reportaje viajó hasta España por placer o por gusto. Ninguna lo hizo para pasar unas vacaciones. Todas las mujeres que hablan en este reportaje llegaron a España por necesidad, obligadas por la situación política, social y económica de sus países de origen.
Honduras: Una juventud que avanza a costa de la ausencia de sus madres
Familias enteras huyen de Honduras a causa de la pobreza y la violencia, que normalmente van juntas. Y aunque la migración más conocida y documentada es la que tiene como destino Estados Unidos, cada vez más aumenta la población que migra hacia España, sobre todo las mujeres.
Nicaragua: Las abuelas-madre de un país dependiente de las remesas
En España habitan unos 57,403 nicaragüenses, de los cuales 40,718 son mujeres que trabajan, en su mayoría, como asistentes domésticas. Estas mujeres envían mes a mes dinero a sus familiares, quienes los usan como salvavidas en Nicaragua, un país precario, para comer, vestir, pagar hipotecas y salir adelante pagando un precio emocional alto: el de la separación de las familias, en especial de madres e hijos.