El puro pueblo y su gran aporte en lo concreto como en lo simbólico

siembra de café en honduras agricultor 2022

Texto: Rafael Murillo Selva
Fotografía: Jorge Cabrera 

Los triunfos alcanzandos por hondureñas y hondureños compitiendo en ramas artísticas, deportivas y científicas de carácter internacional me han inducido a querer resaltar también el aporte esencial de las y los sectores llamados «populares» en el sostenimiento económico social de nuestra comunidad. Este texto se divide en dos secciones: la primera es de carácter teórico, y la segunda está compuesta de «fotografías» o imágenes emblemáticas que muestran al pueblo, al puro pueblo, y su gran aporte tanto en lo concreto como en lo simbólico.

Lo concreto

Puede asegurarse, sin reservas, que nuestra sociedad alcanza a medio respirar (todavía) y a no hundirse del todo (todavía) gracias al aporte de grandes sectores sociales llamados populares, quienes producen y distribuyen valores económicos más que cualquier otro segmento social. En una comunidad como la nuestra, con un 70 % de la población sumida en la pobreza, un buen porcentaje de la misma en pobreza extrema (miseria) y con otro 85 % sin cobertura social alguna, no es difícil imaginar que esa sustancia económica aportada por los sectores mencionados adquiere tonalidades salvadoras. Es cuestión, sin exagerar, de vida o muerte para la sociedad entera.

Lo simbólico

Y en cuanto a la creación de orgullo y pertenencia nacional, es decir valores simbólicos, han sido y continúan siendo en general personas de esa misma condición (puro pueblo) quienes le lavan la cara a nuestra sociedad de las manchas tilosas, sucias, que le han venido embadurnando el rostro desde casi siempre algunos sectores que se hacen llamar «Dirigencias».

Artistas, deportistas, académicos, empresarios, atletas, ajedrecistas, brillan en justas internacionales, lo que permite hacer creer a las y los demás que en el otro lado de la deformación y el esperpento esta la otra cara: la de la sociedad que lucha, que compite, que se solidariza, que emprende y que gana. Pero, ¿quiénes son y han sido estos hombres y mujeres del pueblo-pueblo? 

El pueblo, el puro pueblo 

En primer lugar, los y las ninguneados y ninguneadas migrantes en su gran mayoría de origen rural (es decir, los que algunos y algunas suelen llamar despectivamente: «pencos y pencas») quienes envían a una buena parte de la población una cifra calculada para este año que corre en 8,000 millones de dólares. Cifra esta que duplica, triplica y hasta mil triplica lo que se pueda ganar en la exportación de cualquier otro producto «Made in Honduras».

Este dinero que arriba y circula a través de las remesas mueve todo el andamiaje económico del país. Todos los estamentos productivos se activan con ese dinero. Desde quienes venden tortillas hasta las entidades bancarias, desde los comedores populares hasta las cadenas de comida chatarra, desde las pulperías a los supermercados, desde los albañiles hasta los ingenieros y arquitectos, desde las curanderos y curanderos hasta los médicos especialistas y hospitales privados, desde los vuelos por aire hasta los taxis, mototaxis y autobuses, desde las pensiones y hoteles de barrio hasta los encumbrados hoteles de 200 dólares la noche. 

Y es que son 516 millones de lempiras diarios (y poco más) los que circulan por el país entero gracias al esfuerzo, a veces trágico y dramático, de las y los migrantes a quienes nadie les regala nada. Son un verdadero símbolo del esfuerzo y la dignidad humana. 

Lo menos que podría esperarse de cualquier entidad oficial es la iniciativa de erigir un monumento a estos verdaderos héroes y heroínas, pero como son gentes, en general, surgidos en el vientre del pueblo («No se oye padre»). 

Por otra parte, ¿se hacen propuestas en los organismos públicos para que esas remesas arriben a su destino sin que tengan que pagar comisiones leoninas ni descuentos desproporcionados? Ojalá algún día no haya necesidad de que otras y otros se sacrifiquen para que otros y otras podamos respirar con cierta tranquilidad. En eso consistiría el verdadero desarrollo económico y social. 

Luego está el café. Este grano es nuestro segundo producto de exportación (el primero, como dije, corresponde a los migrantes) lo cual permite que ingresen al país millares de dólares incomparablemente más, pero muchos más, que algunas otras exportaciones provenientes de «grandes empresas».

Esta industria nacional ofrece trabajo temporal cada año a más de 500,000 personas con el aditivo que el 90 % de esa producción está en manos de pequeñas y pequeños agricultores y agricultoras de raigambre rural y campesina, es decir, puro pueblo, quien gasta, come, bebe, se educa, duerme, se enferma y se sana en su propia tierra.

Durante los tiempos en que el café valía poca cosa como producto de exportación y de consumo y se apoyaba con concesiones vergonzosas y ultrajantes a las grandes empresas extranjeras que producían banano y minerales, los cafetaleros, orillados, sin pompas, en silencio y sin ningún apoyo cultivaban sus humildes querencias con amorosa terquedad de mula. Qué tiempos aquellos. 

Y ahora nos vanagloriamos de ser exportadores de un producto de indiscutible calidad global. Esto último tiene también un enorme valor simbólico en Honduras y con su gente, pues demuestra que «se puede». 

Lo que aporta en constante y sonante la exportación de este aromático producto en los tiempos que corren supera con creces a lo que podrían ofrecer cualquier maquila o empresa minera. Se espera que la exportación del café en este año facilite el ingreso de más de 1,300 millones de dólares. Como ya se señaló y vale la pena repetirlo: la producción del café se ha desarrollado a puro empuje, a puro sudor, a puro sacrificio de añales y añales de trabajo de generaciones enteras. Pero, ¿se atienden de verdad-verdad las necesidades que la mayoría de las y los cafetaleros quieren para hacer un poco más bondadoso su trabajo productivo? ¿Se condicionan rutas de tránsito para que su producto pueda salir al centro de compra y de mercado? 

Es entendido que para que el café se alce como importante producto de exportación ha necesitado de estructuras comerciales que lo hagan posible. Esto es cierto, pero la base fundamental, la que mueve todo este andamiaje comercial de exportación, es el trabajo de quienes se dobaln las espaldas en sus respectivas aprcelas durante casi todo el año. Un monumento al café y sus productores y productoras es necesario. Son fuentes de las cuales abreva la vida («No se oye padre»). 

𝐄𝐥 𝐭𝐫𝐚𝐛𝐚𝐣𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐜𝐚𝐦𝐩𝐨 𝐲𝐚 𝐧𝐨 𝐝𝐚 … E𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐲𝐚 𝐧𝐨 𝐝𝐚…

Así suelen expresarse las campesinos y campesinas que continúan, a pesar de todo, trabajando la tierra en nuestras honduras, serranías y asoleadas planadas. Y quienes, a pesar de ser la clase social más desheredadas, continúan con el dale que dale y con ello ayudando a alimentar a quienes convivimos en nuestras supuestas urbes. Si en estas últimas, en las condiciones económicas actuales, se tuviesen que importar la mayoría de los alimentos que se consumen, no habría forma, no habría cómo, no habría con qué. 

El trabajo rural y su producción es la base de nuestro sustento cotidiano y el que menos ha sido protegido por las políticas públicas y más bien —como ocurrió después de la nefasta década de los noventa del siglo pasado— ha sido un sector abandonado y hasta humillado. Proteger la producción de alimentos es, por ahora, una ineludible tarea del Estado: sin alimentación se extingue la vida. 

El sector agrícola por lo demás genera miles y miles de empleos. Muchos más, según lo afirman quienes saben de estos asuntos, que cualquier otra activad productiva. 

En esta sociedad nuestra continuamos manejando una cultura, en su base profunda, de acentuados acentos rurales. De lo cual no habría que avergonzarse, más bien lo contrario: sentir orgullo, como lo saben hacer los países nórdicos de Europa. La sociedad sueca, al menos la que conocí hace treinta años, se enorgullecía de la pegazón con su tierra: de su ancestralidad. La tocan, la retienen en sus manos y hasta la glorifican, lo cual no les ha impedido ser una de las sociedades más ricas del mundo; una en donde lo moderno y sus extraordinarios avances tecnológicos están a la orden del día. El halo que despiden la mayoría de los cuerpos de las suecas y suecos que conocí despedían un aire rural, de acentos campesinos si se les comparaba con los habitantes de otras urbes europeas.

Habría que agregar, con enorme fundamento, a quienes mueven con sus pequeños negocios el diario circulante en las ciudades, pueblos municipios, aldeas y mercados. Según informes institucionales: «El 80 % de la economía de Honduras tiene esas características (…). Alrededor de 70 % de los nuevos empleos son informales (…). Y en cuanto a la micro, pequeña y mediana empresa (Mipyme) es uno de los pilares de la economía hondureña y cumple un papel protagónico en la reactivación y desarollo del país. Este sector aporta aproximadamente el 60 % del Producto Interno Bruto (PIB) y origina 7 de cada 10 empleos en Honduras (…)». 

La mayor parte de todas esas operaciones comerciales y mercantiles mencionadas, es decir: remesas, cultivo de café, agricultura y economía que llaman informal son realizadas —habrá que machacarlo— y mantenidas activas, en su gran mayoría, por gentes que se arropan, en general, con pieles cobrizas, trigueñas y prietas, es decir «la gente del común», como suele llamárseles despectivamente. Y señalo esto último no por prejuicios raciales, sino por una constatación social e histórica casi siempre no dicha, casi siempre falseada, encubierta o desvirtuada. 

Es entendido que no toda la producción y sus circulante proviene únicamente de las fuentes mencionadas. También el sector empresarial, la mediana y pequeña empresa regularizada, legalizada, aportan sumas sustanciales, vía impuestos, a la economía y al funcionamiento del Estado, así como a la generación de empleos. El Gobierno enchamba, según se afirma, a más de 200,000 personas, y ello en gran parte sustentado por el ingreso de dinero vía impuestos que obtienen de las arcas del Estado. Esto es muy cierto como lo es también que las maquilas asentadas en nuestro suelo ofrecen empleo a miles y miles de personas. Pero la columna medular de los bienes económicos que se obtienen y circulan en nuestra sociedad son fruto, mayoritariamente y por ahora, del trabajo de los sectores sociales mencionados. Es la verdad: el pueblo está salvando al pueblo. 

Entendamoslo señoras y señores empresarios, políticos, burócratas de todos los colores, profesionales de la comunicación social, oenegistas de profesión, académicos, gentes que se dicen de cultura urbana y postmodernas, profesiones que se llaman liberales, universitarios, clases medias, artistas, entendámoslo de una vez: es la ruralidad, por ahora, en sus cuatro categorías mencionadas, la que mantiene nuestra sociedad con aliento. 

Es tiempo no solo de entenderlo, sino de saber apreciarlo y respetarlo. Y, si acaso, de superarlo. Es entendido que esta estructura económica necesita modificarse, remodelarse, refundarse si se quiere, pero por ahora es lo que se tiene. Es a partir de esa base, y no otra, que se edificaría el futuro de otras estructuras productivas y sociales.

Sobre
Actor, director y dramaturgo hondureño
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De nacionalidad nicaragüense y hondureña. Fotoperiodista con 20 años de experiencia en coberturas de contenido internacional. “El fotoperiodismo está presente en mi vida desde hace más de dos década y continúa siéndolo día tras día. “
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